INTRO

En ciertas personas, en ciertos corazones, se planea un cuento sin final, uno con miles de páginas, sin saber que una historia siempre termina. Los libros tienen cubiertas por ambos lados.

En el amor hay mundos que se inventan, algunos que se unen y otros que mueren; en esta historia nada es diferente, pero tampoco igual. 

La intención de esta novela no es hacerte creer que el amor no existe, es hacerte entender que en algunos no existe el amor.

¿Puedes saber cuándo estás amando?

Capítulo 1: La llamada

Eran como las 4 de la madrugada, lo despertó el teléfono. Era ella, de extraña manera llamando desesperada y descontroladamente. Al comienzo no quiso contestar, pensaba decirle, cuando amaneciera, que su celular estaba sin sonido o algo por el estilo. Media hora más tarde la vibración terminó por hacer caer el aparato al suelo, él terminó por contestar.


- Amor, ¿que pasó? no escuchaba el teléfono hasta ahora.

- Es mi abuela -Mientras lloraba con la respiración entrecortada-, me dejó, se fue.

Leandro se levantó de inmediato, sin atinar siquiera a pensar en su vestimenta, pesando en la manera correcta de comportarse ante una situación así. Ariadna era de esas mujeres extremamente sensibles, que aún cuando su fortaleza quería resaltar en su rostro no podía contener tan profundas lágrimas.

Un abrazo aparentemente interminable se apoderó del momento, llanto y presión hacia él. No sabía que hacer, era tan solo ser el hombro que necesitaba su amada... al parecer eso bastó.

A unas 2 horas de la ciudad se preparaba el cortejo. Una mujer que poco conoció pero hacia quien siempre mostró un respeto, la sabiduría se veía reflejada en sus ojos. La acompañó en lo poco que pudo pasar antes de partir.

- Leandro, pero ¿por qué no lloras conmigo? -preguntó ella mirando sus ojos.
- No estoy aquí solamente para acompañarte en dolor, también quiero mostrarte de alguna manera la fortaleza que necesitas.
- ¿Tendré una estrella en el cielo?
- Ariadna, te puedo asegurar que será un ángel que va a cuidarte.
- No me dejes de amar ahora.
- Ni siquiera podría irme de tu lado, aunque tú lo hicieras.

Tuvieron que pasar un par de semanas para poder hacer las cosas como antes, no tan igual, pero con el mismo orden. Ari (como él la llamaba) supo reponerse rápido, quizás fue por la fuerza y el ánimo que Leandro le dio, no la dejó ni un instante, ni uno.

Aquel octubre fue muy duro, pero no sólo pasó aquello; hay veces que el destino debe hacerte aún más fuerte. Y esta vez le llegaría el golpazo a él.


Capítulo 2: Deseando

"Estaba como loco pensando en ella, loco, muy loco; sentía que me apretaban el pecho sin dejarme respirar, sin dejarme suspirar !Dios, qué duro!. Nunca me he drogado, pero tal vez así se siente. Tienes demasiado en el cuerpo, pero quieres más"

Así describió Ricardo su sentir. Maquinaba con los ojos cuando le pregunté que creía por amar. Era claro que no dudaba ni un segundo en declarar su amor hacia ella. Con tan solo imaginarlo pienso en que su exorbitante pasión los mantiene felices.

Me contó de cuando se conocieron, como planeado por el destino (al menos, eso creemos todos), en un bar, como muchas parejas.

-¿Sabes cuánto pesa un oso polar?
-No -dijo ella.
-Lo suficiente para romper el hielo. Me llamo Ricardo.

Entre risas, tragos y bailes transcurrió ligera la noche, hasta que finalmente el amanecer los despidió. Números guardados en el móvil, emails grabados en la mente por si se escribieron mal. Todo listo como para iniciar su historia.

Él no tardó siquiera un par de días en escribirle, llamarla e invitarla a salir. Cine, típico paso después de la cena; la llevó a un restaurante elegante, luz baja, velas y una carta de comida francesa; no faltó un buen vino y destinar alguna canción como para recordar por mucho tiempo aquella salida a un violín. Charla y un par anécdotas para conocerse mejor. Él se dedicaba a la tecnología, los sistemas y todo lo que tuviese un sistema operativo, ella era frágil de pensar, prefería permanecer un tiempo sin decidir que hacer, era joven sin preocupaciones ocupacionales. Todo estaba tranquilo en la adornada mesa mientras los teléfonos estaban apagados para evitar molestias.

Ricardo la dejó en su casa alrededor de las 23 horas, con un beso en la mejilla y su abrigo en la espalda. El aire frío siempre es un aliado en las citas, los hombres lo sabemos, lo suplicamos. Un último mensaje de texto y un "buenas noches" tan intenso como si estuvieran frente a frente terminó cerrando un día perfecto, al menos para él.

Sofía se sentó al borde de la cama y mientras recibía el mensaje de texto. también tenía una llamada entrante; sonaba, vibraba, pero no quería contestar, un par de minutos y al final lo hizo:

-¿Hola?
-Sofía, soy yo, Emanuel.
-¿De qué número me estás llamando?
-Del teléfono de un amigo, estuve llamando del mío pero me da apagado.
-Me quedé sin batería, discúlpame.
-Me preocupaste mucho.
-Tranquilo mi amor, estuve todo el tiempo en mi casa.

Capítulo 3: Diana


-Hola?
-Perdóname
-Ya te perdoné
-No me es suficiente, te necesito.


Empecinada en su decisión, comenzó a vivir su vida sin recordarlo, como cuando necesitas empezar de nuevo, claro, ella sabía que no sería fácil hacer lo mismo pero sin alguien. Te acostumbras, esperas trabajar en equipo, observas a tu costado porque sabes que hay una mirada que te puede sacar de dudas, o simplemente una mano previsible por si caes. Diana tenía que olvidarse de eso, de todo.

A la mañana siguiente de la llamada, quemó cartas, tiró fotos, echó a perder recuerdos de dos años. Destruir besos y promesas de su mente, el aliento de su boca, la sensación de volver a sentir la respiración tibia y el roce de sus cuerpos... al menos eso creía hacer. Era muy difícil permanecer en estas circunstancias sin lágrimas, sin esos gemidos intensos que terminar por alterar la respiración. Diana tuvo a su madre de la mano toda una noche, un refugio fuerte en esa guerra de sentimientos. Ella supo consolarla con abrazos y caricias, quedaron en no contarle nada del llanto a papá, podría traer secuelas en reacciones.

Volvió al trabajo luego de un difícil fin de semana y ahí estaba él, el que tuvo el primer paso pero quedó estampado en una pared de fidelidad que puso Diana; el mejor amigo, el que fue paño en penas y confundió la ternura amical con exorbitante ilusión. A pesar de todo nunca se alejó. Jeremías, nacido en Reino Unido, independiente por rebeldía, sobresaliente por su talento administrativo, un creyente de amor, el tipo ideal de las mujeres. Ese día llegó con una rosa, parecida a una acción previsible y calculada ante la congoja de Diana; volvió a ser paño sin querer, pero esta vez todo sería distinto.

Capítulo 4: Que yo nunca

Ariadna tuvo algunos problemas cuando estuvo en la escuela, no era muy estudiosa, mas bien, relajada. Eso llevó muchos problemas a casa. El padre era muy consentidor y la madre la de la mano dura (siempre la nena es la engreída de papá, casi casi nos acostumbramos a vivir con esa idea toda la vida). No había día que papá llegue a casa sin un regalo para Ari, aunque sea, algo tan mínimo como un pequeño chocolate.

Pero ante tanto problema marital llegó la gota que derramó el vaso. Ella tenía 15, pasó todo unos días después de su fiesta de cumpleaños, el día que papá decidió irse de casa, alegaba que ya no amaba como antes; dejó el anillo de matrimonio sobre la mesa y le dijo a su niña mientras ponía la mano derecha cerca del mentón:

"Te amo, y no me voy por ti, pero tengo que hacerlo, esto que pasa nos hace daño a todos. Intenté solucionarlo pero no se pudo, ya no hay amor".

Es como si en ese momento clausuraran en su mente la puerta del amor, como si el color de su alma se volviera gris como ceniza, se le quebró el corazón en el mismo instante del golpazo de la puerta mientras se oían los últimos pasos de papá en la entrada. Ella lloraba y pedía gritando que no se fuera.

Esa evidente marca tal vez sería eterna. No solo dejó pasar sus estudios sin importancia, plantaba a sus amigos y desquitaba muchas veces su amargura con quien mejor se portaba con ella.

Llegó un día, tras las clases más aburridas del mundo, que abrió la puerta de su casa, nunca había sentido que alguien podía ser capaz de ver el dolor de otra persona, ese día fue así, sus pupilas se dilataron, tiró la mochila al suelo y fue corriendo a abrazar a mamá que lloraba desconsoladamente; ni siquiera podía hablarle, tenía algo en los brazos y lo apretaba muy fuerte contra su pecho. Ariadna pudo entresacarle del fuerte agarre el retrato de su padre:

-¿Ahora lo extrañas no? -dijo Ariadna mientras se alejaba de su madre con cierto enojo y mamá solo lloraba -Él nos dejó por tu culpa y ahora ¿lloras por él?
-Shhhh -atinó solamente a responder.
-Por tu estúpida culpa él se quiso ir, ¿sabes? te odio con mi alma desde aquel día. Sabes que yo nunca dejé de pensar en eso, me arruinaste...
-¡CÁLLATE!
-No me voy a callar, soy una maldita infeliz a tu lado.
-¡Ariadna!
-¿Qué? -respondió aún con ganas de discutir.
-Tu papá murió.
-¿Qué?, ¿Qué?
-Se estrelló contra una pared. Su auto se destruyó con la explosión.

En ese pesado ambiente, Ariadna desmayó. El impacto fue grandísimo.

Capítulo 5: Intensamente

Ricardo seguía con la ilusión en su máxima expresión, se creía capaz de conquistar el mundo, y si no era exactamente el mundo, pues bastaba ella, su sonrisa. Verla sonreír provocaba en él una gracia inquebrantable, como si borrara los problemas en segundos, olvidaba motivos que lo hacían sufrir. Durante los días que pasaron se llamaron incansablemente y se vieron un par de veces a escondidas para darse un beso.

Ricardo planeó un desayuno previo al trabajo, le iba bien, era un tipo que con el dinero no iba a tener problemas. Llamó a Sofía y le dijo que quería verla:

-Buenos días, princesa.
-Hola precioso, ¿como estás?
-Extrañándote, aquí loco por verte. Quiero llevarte a desayunar, son las 8:00, te parece a las 10?
-Claro, déjame alistarme y voy.

Un escote preciso que aprovechaba el verano y el sol de la mañana, zapatos altos, una falda negra que contorneaba su deliciosa figura, reloj en la mano izquierda, unos brillantes en las orejas y un collar precioso con una piedra encima, makeup con delineado negro en los ojos casi grises que se cargaba; no salió de su casa sin usar el mejor perfume que tenía, que en su simple andar hacía que las miradas aparezcan amontonadas. Era una belleza... y ella lo tenía muy en cuenta.

Se encontraron mas bien como a las 10:20, siempre llegar un poco tarde, era para reflejar más interés, según ella. Ricardo llevó la silla hacia atrás y la invitó a tomar asiento...

-¿Sabes? Nunca antes había sentido lo que hoy, me despierto con ganas de verte y apenas te conozco hace unos días -dijo él.
-Precioso, me encanta como eres. Tengo miedo que te equivoques conmigo -replicó ella.
-¿Equivocarme? ¿Por qué? Tengo muy claro lo que quiero contigo.
-Ojalá pueda ser todo lo que deseas.
-Todo depende de ti, por eso te llamé con tanto interés hoy. Quiero demostrarte que puedo ser la persona que conquistará tu corazón... ¿Quieres ser mi novia?
-(Tardó unos segundos en responder) -No sé si estoy lista -respondió Sofía- Te conozco poco y tal vez no sea el momento indicado, acabo salir de una relación y tú lo sabes.
-Está bien, princesa. No estoy forzándote, pero ten en cuenta que yo estoy listo y cuando tú me lo indiques podré ser el más feliz del mundo.
-Gracias por entenderme.
-Gracias por permitirme esperar.

Eran como las 11:30, ella le dijo, mientras él pedía la cuenta, que tenía que irse a casa. 
-¿Quieres que te acompañe? -dijo él.
-No, está bien, puedo ir sola.

Sofía salió del lugar con el teléfono en la mano mientras enviaba un mensaje tan rápido como podía:

"Amor, llegaré un poco más tarde a tu casa, mamá me dijo que quería desayunar conmigo, y tenía que estar con ella, sino se molestaría. Sofi".

Ricardo la vio subir mientras tomaba el taxi. Le dio una sonrisa tan tierna y dulce que, sabiendo como iban las cosas, fue un golpazo en el pecho, pero no la detuvo. Continuó con lo que estaba haciendo.

Llegó a la casa de Emanuel, un poco tensa, distraída. Él le preparó una taza de café y la acurrucó en sus brazos. Esa tarde fue de las acostumbradas, estaban solos en el lugar y empezaron con unos besos y caricias, no se detuvieron hasta derramar la ropa por toda la casa y llevar la pasión hasta lo absoluto, se dijeron que se amaban, y que se iban a pertenecer por siempre, intensamente.

Pero ¿qué planeaba Sofía? ¿Podía acaso mantener así dos romances? Sabía que podía terminar todo mal. Pero fue más fuerte su decisión, esa de seguir viendo a Ricardo y Emanuel, tan injusta como nadie, tan pecadora como muchas.

Capítulo 6: Ven

Jeremías fue a dejar a Diana a su casa luego del trabajo. Se iban a despedir, pero ante la pena notoria en el rostro de ella se atrevió a conversar:


-Diana, ¿qué te hizo? -preguntó Jeremías, entre asustado y molesto.

-Se me hace difícil olvidar lo que me hizo. No se merece nada. Ya lo perdoné y quiero olvidar, pero simplemente no puedo dejar de pensar en él.
-A pesar de todo te acostumbraste a él, ¿verdad?
-No recuerdo haber hecho algo en mucho tiempo sin él. Entregué mi 100 por ciento, por eso me quedo sin nada.
-No quiero saber que te hizo, no quiero escuchar de lo que fue capaz. Solo te digo una cosa, de hoy en adelante tendrás a alguien siendo tu vigía.
-¿Por qué siempre estás cuando te necesito? No te he dado más que algunas conversaciones.
-Diana, alguna vez pensé que el amor era cosa de dos personas, pero he aprendido que el amar es tan perfecto que no necesita de nada ni nadie para desenvolverse, basta uno. Jamás te he ocultado lo que siento, tú sabes bien que eres dueña de mi corazón sin aún aceptarlo. A pesar de la dureza de verte querer a otra persona, no dejé ni dejaré de soñar con ese día en el que pueda llevarte de la mano conmigo, para siempre.

En ese mismo instante, invadida por la ternura y la confusión, lo besó. Le ardía el pecho mientras tocaba sus labios y cerraba los ojos; sentía que descargaba su dolor con amor, con pasión; él mientras, con sorpresa, complementaba el beso, tomó la mano de Diana con fuerza, entrelazó dedos y creyó tocar el cielo. Finalmente, el beso de segundos que parecían eternidad terminó, como perdidos en el tiempo, y es que lo disfrutaron tanto, sin necesidad de volverlo deseoso o simplemente corporal, llenó la idea en sus cabezas, se terminaron alejando un poco pero mirándose fijamente a los ojos; una pequeña sonrisa aparecía en el gesto de Jeremías, en ella tardó un poco más pero llegó. Diana la abrazó con tanta fuerza, apretando su pecho, aplastando el sufrimiento, él miraba sorprendido. Ella empezó a llorar, nunca nadie es tan fuerte como creer que superar un amor es fácil, de otra manera, llamaríamos equivocadamente al bendito sentimiento. Pasaron unas cuantas palabras más, Jeremías trataba de cambiar el tema, de generar algo de buen humor en Diana, no quería verla con más lágrimas.

Sin saberse explicar así mismo si el día había sido lo suficientemente bueno para olvidar lo malo, regresó a su casa taciturno y cavilando en ello. Diana era una obsesión, una pasión. Había cumplido tan ligeramente uno de sus deseos más importantes que lo más probable era recordarlo por mucho.

Capítulo 7: Feliz

(En el diario de Ariadna)

"Octubre, 31.

Hoy me la pasé increíble, salí a desayunar con Leandro muy temprano, no fui a trabajar porque me pidió que no lo hiciera, que olvide mi responsabilidad por hoy para estar todo el día juntos. Nunca me había pedido algo así; paseamos, fuimos al cine, cantamos en un karaoke, él no dejó de decirme que estaba enamorado de mí, y su mirada no me delataba nada más que amor. Recién cerca de las 10:30 me trajo a casa. Fue un día maravilloso. Se acerca mi cumpleaños y no sé si pueda superar lo de hoy."

Leandro volvió a casa pero no quiso entrar, había pasado un gran día, se sentó en la vereda y mientras sonreía pensando en su amada cayó una lágrima de sus ojos; miró al cielo y como tratando de conversar con Dios le preguntó:

-¿Esto tiene que pasar, Dios? Nadie se merece sufrir, nosotros nos amamos.


Sin dejar de llorar se levantó y corrió desesperado por la calle, lloraba como un niño. Un dolor atravesaba su pecho, él era fuerte, pero parecía que esto, definitivamente, era más grande que él. Se le derrumbaban los sueños, se le desmoronaba la ilusión.

Hay cosas que nunca un ser humano puede entender, ni siquiera el amor, todos pueden creer amar, pero tal vez no sean todos los que tengan la capacidad de hacerlo ¿y si es solo ilusión? ¿no puede ser acaso una confusión emocional? o ¿un trastorno psicológico con síntomas de enfermedad? Muchos están seguros de saber hacerlo, esa cuestión de amar, de querer tener a alguien para toda la vida, con el fundamento de que sentir es suficiente prueba. Así solemos responder la mayoría, tomamos el camino de la fácil respuesta.

El cumpleaños de Ari era a finales del mes de noviembre, él tenía preparada una sorpresa, algo que ella siempre quiso, no iba a importar cuanto podría terminar gastando, de verdad no importaba, solo quería tenerla feliz.



Capítulo 8: Engaño

Sofía tenía muchas amigas, como toda popular, llena de seguidoras, casi admiradoras; Laura era una de ellas. Ellas hablaban muy seguido, se contaban cosas sin dudar, pero evidente era que Sofía no diría todo, sería algo denigrante para ella misma, sería como tumbar el monumento que le hicieron las mismas simpatizantes de su vida, y obviamente, era algo que temía perder, su ego necesitaba alimentarse.

Por alguna casualidad de la vida, años antes, Ricardo había conocido a Laura. La fiesta del amigo en común, un muchacho de la universidad que los había incluso presentado, se divirtieron juntos aquella noche, hasta se pidieron los teléfonos, pero ella fue muy cortante luego de la reunión. Quiso invitarla a salir un par de veces, pero de hecho no se vieron más sino hasta que se encontraron comprando en el centro comercial; la cara de vergüenza de ella reflejaba que mas bien evadió sus invitaciones, pero él, nulo resentimiento.

Sofía le contó a Laura de Ricardo, pero ni una mínima idea de saber que era la misma persona a la que se refería. 

-Es un tipo estable, me importa mucho que no tenga problemas con el dinero. Sabes que quiero alguien que pueda darme todo -dijo Sofía.
-Oye, pero tan rápido olvidaste a Emanuel, dijiste que lo amabas -respondió Laura.
-Siempre lo quise, pero no quiero amarrarme a alguien con un futuro tan incierto como él. No sé que pasaría si nos casáramos, vamos a estar tan inciertos, no sé si me entiendes.
-Sí claro, ni siquiera tiene auto -dijo Laura mientras carcajeaba.
-¿Ves? Sí me entiendes -y reían ambas.

Se acercaba el cumpleaños de Gina, la preciosa competencia de belleza de Sofía; pero muchas amigas son más bien seres con sólo un trato de no llevarse mal pero no caerse bien por dentro, hipocresía. Igual, invitó a todas sus conocidas. Y el error en Sofía había sido comentar de esta fiesta tanto a Emanuel como Ricardo, claro, hablamos de error dentro de su mediocre y tramposa acción para con los hombres. ¿Qué debía hacer? Emanuel estaba pendiente de lo que ella hacía y Ricardo ya se creía parte de su vida. Era un dilema que tendría que resolver, iba a ser determinante para su vida social lo que pueda decidir como futuro. Su vida era tema popular pendiente en cada grupo de chicas. Ella preguntó a sus pretendientes y buscó alternativas para poder poner de pretexto si es que se decidía por uno, y es que pensaba que esto de elegir iba a ser encrucijada con poco más de tiempo, mucho más que las semanas que faltaban para la invitación.